En esta escena encontraréis a un jovencísimo y veinteañero Valen. Una pequeña visión a su pasado. A como se sentía. Porque una parte secreta de él, siempre anheló encontrar algún día a alguien como Alejandra.
La suave claridad acompañada de una luz sonrosada era la señal inequívoca que precedía a un nuevo amanecer. Semirecostado sobre el alféizar de la ventana de su reducido apartamento en Londres, como era costumbre en él, Valen presenciaba lo que para muchos aseguraban ser un pequeño milagro de la vida. Para otros como a él, sin embargo, era el augurio desfavorable que le recordaba cada mañana que su calamitosa existencia perduraría un día más.
Las ráfagas de aire frío y las bajas temperaturas no serían misericordiosas al apuñalar con su gélida calma una piel desnuda. Pero el joven, cubierto tan solo con unos vaqueros desgastados, parecía no inmutarse ante el posible dolor. Fumaba regodeándose en la sádica sensación; distraído. Hacía rato que observaba lo que acontecía en el exterior sin prestar demasiada atención a nada en particular.
De repente, algo captó su interés. Sus ojos de un azul grisáceo, carentes de cualquier resquicio de vida, contemplaron a una pareja que se dedicaba todo tipo de atenciones y arrumacos en uno de los pisos del edificio de enfrente.
Apartando la mirada furioso consigo mismo, dio una larga calada al cigarro que tenía entre los dedos y exhaló el humo. Luego, llevó una mano a su cabello castaño claro y en pocos segundos quedó completamente despeinado.
Un gemido procedente del interior de su apartamento lo hizo mirar por encima de su hombro.
Una mujer esbelta, de medidas perfectas y con una belleza rubia que difícilmente pasaría desapercibida, se removió entre sueños en su cama; algo que provocó que gran parte de su cuerpo quedara desabrigado, dejando a la vista muchos de los encantos y atributos que poseía, que él conocía muy bien y con los que había logrado entretenerse durante unas horas esa noche, para luego regresar de inmediato al lado de su única y fiel amante. Su tan conocida y complacida soledad.
Inconscientemente, volvió a observar a la pareja que se prodigaba todo tipo de gestos cariñosos el uno con el otro. Eran jóvenes y a diferencia de lo que él solía compartir con sus aventuras, aquellos dos enamorados hacían el amor.
Valen inclinó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.
«¿Hacer el amor? ¿Qué demonios sabía él de eso?»
Él sencillamente se limitaba a tener sexo sin compromiso para mitigar por un breve lapso de tiempo los estigmas de su condenada sentencia. Aquella que había comenzado a cumplir desde la cuna.
Sí una entrega así, tanto física como de corazón podían alcanzarla todos, Valen tenía claro que para él nunca habría una oportunidad.
Sacudió la cabeza.
No tenía derecho a albergar el anhelo de que alguien, algún día, le permitiría descubrir y enseñar que el sexo era algo más que unos simples revolcones impersonales.
Súbitamente, unos golpes secos interrumpieron sus insensatos pensamientos.
Con un movimiento ágil saltó del alféizar al suelo. Se deshizo del cigarrillo en un cenicero y tomó del respaldar de una carcomida butaca la camisa que llevaba puesta la noche anterior, antes de terminar en la cama con una de sus compañeras de Universidad.
Ignorando completamente a la chica que dormía entre sus sábanas, salió del dormitorio y caminó en dirección a la puerta, arreglándose la ropa.
Al otro lado del pasillo se encontraba Noelle Lemacks. Su abuela.
—No sabía que esperara visita —dijo Valen fríamente a modo de saludo.
—No hace falta que lo jures —apuntó la señora mirándolo con censura.
Aquel escrutinio desaprobador era como un incentivo para Valen. Le regocijaba ver que, como había sucedido siempre, él era una auténtica decepción para la pomposidad de un apellido que representaba la élite de la sociedad.
La mujer pasó y Valen, deliberadamente, tras cerrar la puerta paseó su más de uno noventa de altura frente la iracunda señora, quién lo sometía a toda clase de vilipendios por su despreocupado aspecto. Para la mujer se trataba únicamente de una cuestión de pura vanidad, porque resultaba indiscutible, que a pesar de su apariencia descuidada, su nieto tenía la facilidad de embelesar y aturdir con su seductora y rebelde belleza.
—¿A qué debo el honor de su visita a estas horas? —inquirió finalmente Valen para acabar lo antes posible con aquella reunión «familiar»
—Mírate Valen…. ¡Y mira dónde vives! —le escupió su abuela con un gesto enérgico de manos, observando con desdén todo a su alrededor—. Eres un Lemacks… Mi nieto… ¡Mi único heredero!
La expresión del joven se endureció hasta parecer salvaje.
—Dónde y cómo he vivido anteriormente jamás le quitó el sueño, «señora» —Esa última palabra iba impregnada de desprecio—. Así que no necesito que después de más de veinte años venga a sermonearme y a amonestar mi clase de vida. Y ni mucho menos a llamarme «nieto».
Los ojos de la mujer llamearon de rabia.
—Eres tan arrogante y presuntuoso como tu padre.
Valen conocía la historia, por eso el odio que rezumaban las palabras de Noelle al mencionar a Marzio no le sorprendía.
Al menos tenían algo en común, después de todo, ironizó en secreto.
—Me siento halagado. Creo que he sacado lo mejor de las dos familias —se burló, pero su semblante no denotaba diversión—. Y ahora, después de saludarnos con amorosa cordialidad, le repito: ¿Qué puedo hacer por usted? –preguntó, cogiendo un cigarrillo de la cajetilla olvidada en la mesa y encendiéndolo. Podía sentir los ojos acusadores de la anciana por ese gesto descortés.
—Se trata de la presidencia de las empresas Lemacks. Necesito que comiences a desenvolverte en ellas y a aprender todo lo concerniente al negocio… Algún día –Por un instante, la esperanza pareció ensombrecer la altivez de la mujer—, todo será tuyo. Absolutamente solo tuyo. Por lo tanto, no es adecuado que continúes obcecado en querer mantenerte como un simple empleado más. Tienes en tus manos todo el poder…
—Me gusta mi puesto —señaló él, expulsando el humo de su boca. Había tenido la cortesía de pararse en la ventana del salón y así no aglomerar la pequeña estancia con el olor a tabaco.
—¡Por Dios bendito, Valen, recapacita! —replicó Noelle exasperada—. Hasta hoy te he permitido seguir jugando…
—¿Permitido? —Enarcó una ceja—. Usted no me ha regalado nada en absoluto y eso es lo que precisamente la tiene molesta.
Intercambiaron una mirada de desafío. Por mucho que no quisieran reconocerlo ninguno de los dos era indiscutible que por sus venas corría la misma sangre endemoniada. Tal vez la de Valen tenía un plus adicional, gracias a su queridísimo padre, a su comportamiento execrable y a la inmoralidad con la que convivía desde hacía demasiados años.
Noelle Lemacks suspiro, cansada.
—Spencer me comentó que tienes grandes conocimientos y eres brillante…
—Valen, ¿con quién hablas? —ronroneó una sensual voz femenina un minuto antes de que la puerta del dormitorio se abriera.
Una jovencita escasamente vestida apareció en la sala, fingiendo un pudor que ni de lejos sentía.
—¡Oh, lo siento! No sabía que tenías visita.
Noelle entrecerró los ojos.
—Yo ya me iba —anunció la anciana en un tono cortante—. Continuaremos con esta conversación en otro momento… A solas —recalcó a su nieto, no sin antes ofrecerle una mirada llena de crítica.
Sin moverse un ápice de donde estaba, Valen dibujó en su rostro lo más semejante a una mueca de diversión que poseía. Nunca sonreía.
Sintió como un cuerpo caliente y suave, una vez solos, se apretaba descaradamente a su espalda. Incitándolo, invitándolo a que tomara todo lo que quisiera de nuevo.
—Así que esa es la distinguida Noelle Lemacks, eh… —Como él no respondió, la joven prosiguió—. Creo que deberías hacerle caso.
Valen reaccionó y se volteó. Inquisitivamente, no dudo en mostrarle a la chica su creciente irritación. Nadie le había pedido opinión, así que podía ahorrársela. Sí no deseaba enlodar el recuerdo de la pasada noche, sería mejor que fuera aprendiendo que detestaba que intentaran controlarlo y que le dijeran lo que hacer.
No era proclive a vínculos más allá de uno u otro encuentro sexual y no iba a comenzar a cambiar de idea en esos momentos. Además, Valen jamás engañaba o hacía falsas promesas, cuando una chica se iba a la cama con él sabía de antemano a lo que atenerse a continuación.
Pero al parecer, la belleza rubia de ojos azules, creyó erróneamente que su relación, un simple polvo de una noche, le otorgaba ciertos derechos.
—Bueno, aunque no lo hayas mencionado nunca —siguió la joven en un nuevo intento de coquetería, pasándole los dedos por los duros pectorales—, todo el mundo sabe en la Universidad que Noelle Lemacks es tu abuela materna y tu único familiar vivo.
Valen tomó entre sus dedos un mechón rubio, como si estuviera deleitándose con la sedosa textura del cabello. Una acción que resultaría a priori muy dulce e íntima pero que poco tenía ver con la desconsideración con la que examinaba a la muchacha, quién de inmediato dejó caer las manos, tensa.
—No está bien inmiscuirse en los asuntos de los demás. Asuntos que no son de tu incumbencia y que mucho menos te conciernen —le advirtió él con heladora tranquilidad.
La joven tragó saliva y asintió nerviosa. Toda una novedad para alguien tan pagada de sí misma como ella.
Quizás fue esa seguridad en sí misma la que la hizo obligarse a sonreír e insistir en su propósito. Ese hombre le gustaba y además, sería un excelente partido.
—De acuerdo, tienes razón, no es asunto mío. Pero ahora… —Comenzó a deslizar la mano hacia la entrepierna de Valen—. Aún es temprano, ¿por qué no regresamos a la cama y retomamos lo de anoche? Fue fantástico.
Él le agarró con fuerza la mano y con indiferencia se la retiró, un gesto que la molestó. Sus ojos chispearon llenos de rabia. Dispuesta a escupirle su desagrado, quedó congelada en el instante que sus ojos se encontraron con los del hombre. Un miedo atroz la golpeó.
Ella era hermosa, joven y rica, su familia una de más influyentes de Reino Unido... ¡Muchos hombres besarían el suelo por el que pisaba! ¡Todos salvo Valen Lemacks! Y lo odiaba por eso. Sí existiera la golfa que lo retuviera algún día disfrutaría destruyéndola.
Finalmente él se apartó.
—Tengo que marcharme —dijo con hostilidad mientras se encaminaba al dormitorio.
—No tenemos clase hasta esta tarde —le recordó ella, indignada.
—Pero algunos trabajamos —apuntilló él con sorna, deshaciéndose ya por el camino de la camisa y dejando al descubierto una espalda ancha y unos músculos delgados pero bien definidos y fuertes.
Se marchó directamente a la ducha, sin pronunciar ni una sola palabra más, dejando a la joven sola, desalentada y sobretodo, furiosa.
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